Asustados.
Serofobia, temor a
intimar con personas seropositivas al VIH.
La relación con
el VIH siempre es una relación emocional, especialmente la relación con el VIH
de los demás. No saber gestionar tus emociones puede llevarte a ser serofóbico,
¿lo hablamos?
02/09/2011
Artículo de Gabriel J. Martín –
Es importante la visibilización del VIH y
de todo lo que tiene que ver con él, siendo la serofobia uno de sus problemas.
A diferencia de los países anglosajones y nórdicos, nosotros hemos avanzado
relativamente poco en este sentido quizá porque la moral conservadora nos pesa
mucho más de lo que los gays ibéricos –tan cools y estupendos que somos-
seríamos capaces de reconocer.
Cuando hablamos de serofobia estamos hablando exclusivamente del temor irracional que impide a alguien relacionarse constructivamente con una persona VIH+ y no de cuestiones sociales ya que estas últimas tienen más que ver con el estigma o la discriminación. Ya sé que todos estos términos guardan relación pero no se refieren a lo mismo.
La serofobia es una emoción intensa, generalmente de temor, que siente cualquiera de nosotros ante la posibilidad de mantener una relación (sexual o sentimental) con un hombre VIH+. Como en cualquier otra fobia, este miedo es desproporcionado. Es un miedo que no guarda relación con “el peligro real” (aunque a ti te parezca que sí la guarda) y te compele a la huida o, lo que es lo mismo, al rechazo.
Es por temor a ese rechazo por el que muchos hombres VIH+ se ven obligados a armarizarse (¿recuerdas lo mal que se pasa en el armario?). Se armarizan para no ir perdiendo amantes o amigos a lo largo de sus vidas. Y también evitan comprometerse contigo antes de que tú los rechaces por culpa de tu miedo irracional y desproporcionado (aunque tú te lo pierdes, al fin y al cabo).
Como en cualquier otra fobia, en el caso de la serofobia, la dificultad suele radicar en que no somos capaces de gestionar las emociones que se nos desencadenan ante el VIH. No saber gestionarlas significa varias cosas: bien que no sabemos soportar las emociones, bien que no somos capaces de controlarlas o bien que no somos capaces de cuestionarnos las creencias que están detrás de estas emociones ¡o bien todo a la vez! A menudo es el prejuicio serofóbico, nuestras creencias distorsionadas, lo que se encuentran en la raíz de la serofobia de muchos.
El prejuicio serofóbico relaciona el VIH, entre otros, con los conceptos “deterioro”, “vejez” y “promiscuidad” y eso es terrible en dos sentidos: hacia el hombre VIH+ y hacia ti mismo. Hacia él, porque el deterioro es falso (¡y aunque fuese cierto!) y –además- porque el VIH no sabe lo que es la promiscuidad. Basta con una relación de riesgo en un grupo de tanta prevalencia como el nuestro para que se produzca una infección. Y es en este sentido en el que resulta terrible para ti, porque tu prejuicio te hace vulnerable. Los prejuicios no protegen, la información sí.
Tu prejuicio te hace creer que si el chico está bueno o es joven o siempre ha tenido relaciones monógamas, no puede tener VIH y, por tanto, crees que puedes “fiarte” y prescindir del condón cuando te acuestes con él. Tu prejuicio no te ha permitido pensar en que el VIH es asintomático y que, únicamente cuando se ha progresado a sida tras años de estar infectado, aparece algún signo físico que podría asociarse al VIH. Durante todos esos años, si la persona no está en tratamiento con antirretrovirales, puede dar lugar a una infección en otra persona (en ti, por poner un ejemplo).
Una información realista es una gran herramienta, lo más útil es ver la realidad tal cual es. A menudo, en consulta, trabajo con chicos que están en relaciones serodiscordantes más o menos estables y, más tarde o más temprano, sacan la conversación sobre una posible ruptura porque no son capaces de convivir con la tensión que les produce una posible infección. Ante una situación de miedo irracional, el trabajo del psicólogo es el de confrontar a la persona con la realidad. La realidad es que el VIH está entre nosotros, en nuestros amigos, en nuestros amantes y también en nuestros príncipes azules. A fecha de hoy, está en el 20% de los gays barceloneses y seguirá en aumento mientras no nos hagamos todos la prueba de forma sistemática. Así que, como psicólogo, me toca recordarles que no podrán pasarse la vida huyendo o mirando para otra parte, que más tarde o más temprano volverán a toparse con el VIH y que deben aprender a convivir con su presencia en nuestra comunidad y a empatizar con los hombres VIH+. Que esto no se trata de un “ellos y nosotros” sino de un “todos”.
Antes de aprender a ser empático hay que aprender a ser inteligente y la inteligencia es muy realista. Cuantos menos prejuicios y más información veraz tengas, más fácil te resultará establecer relaciones constructivas.
Si lo piensas bien, puede que estés utilizando una estrategia equivocada. Evitas a las personas que tienen o que crees que podrían tener VIH y, en base a eso, te relajas y tienes prácticas sexuales que permiten la infección con los que crees que seguramente no lo tendrán. Haz algo mejor: huye del virus, no de las personas.
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