22/09/2011
Hace algo más de dos años conocí el caso de Troy Davis. Estaba preparando materiales para la campaña contra la pena de muerte
de Amnistía Internacional y había decenas de casos por los que nuestra
organización trabajaba, pero una compañera de la organización en Estados Unidos
me recomendó que me interesara por el caso de Troy. Me dijo que ningún caso
ejemplificaba tan bien las razones por las cuales nadie merece ser condenado a
muerte.
Empecé a leer, a buscar información, a “conocer” a esa persona de la
que apenas tenía una fotografía en la que se ocultaba tímidamente tras unas
gafas y cuyo nombre no dejaría de revolotear por mi cabeza durante los
siguientes meses. Entonces supe que lo condenaron a muerte por el asesinato de
un policía en 1991 y que llevaba 20 años en el corredor de la muerte. Nada nuevo bajo el sol, pensé… Pero según iba profundizando en el
caso, cada dato, cada imagen, cada noticia, me acercaba un poco más a Troy. Y
cada vez estaba más convencido de que Troy nunca sería ejecutado, que se
trataba de un error y que se haría justicia.
Hoy, después de que el Estado de Georgia le haya
quitado la vida, sigo sin saber si Troy era inocente o no. Sé que nunca
encontraron prueba alguna que lo relacionara con el delito. Sé que nunca se
encontró el arma del crimen. Sé que siete de los nueve testigos que declararon
en el juicio cambiaron sus declaraciones, algunos de ellos denunciando que
fueron víctimas de coacción policial. Incluso un juez de la Corte Suprema de
los Estados Unidos, mientras rechazaba el alegato de inocencia de Troy,
afirmaba que “el
acusado debía probar su inocencia, no solo las dudas existentes sobre su
culpabilidad“. ¿En qué mundo vivimos cuando alguien
debe demostrar que es inocente? ¿No se supone que todos somos inocentes hasta
que se demuestra lo contrario? Parece que Troy no tenía ese derecho …
Durante estos dos años fueron varios los momentos en los que llegaron
malas noticias, pero la más inquietante llegó en primavera. El día 28 de marzo,
en una nueva apelación, la misma Corte que exigió a Troy demostrar su
inocencia, dejaba vía libre a que el estado de Georgia fijara una fecha para la ejecución. El día 28 de marzo es mi cumpleaños; un día que debería ser de
celebración se convirtió de pronto en un día gris y triste.
Solo quedaba una oportunidad para la justicia: La Junta de Indultos y Perdones de
Georgia. Se reunirían durante el mes de septiembre para
decidir si Troy era merecedor de clemencia. Estaba seguro de que Troy
esquivaría a la muerte una vez más. Ya lo había hecho antes, en 2007. 24 horas
antes de su ejecución, la misma Junta que ahora tenía en sus manos la vida de
Troy, paró su ejecución afirmando que “nunca permitirían que una persona fuera
ejecutada mientras existieran dudas, mientras no estuvieran convencidos de su
culpabilidad”.
Lamentablemente, no ha sido así. A estas horas todo el mundo sabe que Troy Davis fue ejecutado el 21
de septiembre. Anoche, mientras contemplaba en internet
como centenares de personas rodeaban la prisión de Jackson,
en Georgia, deseaba que los peores presagios no se hicieran realidad, que todo
esto fuera un mal sueño y que, al igual que en las películas, unos segundos
antes de que una inyección letal apagara su vida, se recibiría una llamada en
la prisión concediendo clemencia para Troy.
No ha sido así, hoy nos hemos despertado con una persona más ejecutada
en Estados Unidos, como ayer lo hicimos con la ejecución de un menor de edad en
una plaza pública en Irán, como otros días tenemos que afrontar condenas y
ejecuciones en China, Arabia Saudí, Yemen y otros países. Algunos pensaréis que
es difícil continuar confiando en que la pena de muerte no es más que un vestigio
del pasado y que su abolición cada día está más cerca, pero es así. Casi 140 países en todo el mundo han
rechazado la pena capital a día de hoy.
Incluso en Estados Unidos, el país que ha ejecutado a Troy, en los cuatro
últimos años tres estados, Nuevo México, Nueva Jersey e Illinois, han eliminado
la pena de muerte de sus sistemas legales.
Nunca conocí personalmente a Troy, nunca
estreché su mano para decirle que no estaba solo, que millones de personas en
todo el mundo estaban con él. No puedo terminar este artículo sin despedirme de
Troy, y no puedo encontrar mejor manera de hacerlo que con sus propias
palabras, las mismas que nos hizo llegar momentos antes de su ejecución:
“La lucha por la justicia no se agota en
mí. Esta lucha es para todos los Troy Davis que vinieron antes que yo y todos
los que vendrán después de mí. Estoy de buen humor, en oración y en paz. Pero
no voy a dejar de luchar hasta que haya tomado mi último aliento “.
Aún quedan más de 3.200 Troy
Davis en corredores de la muerte de Estados Unidos. Por esas 3.200 personas, y por cada uno de los casi 17.000 condenados
en todo el mundo,
El estado de Georgia puede
haber quitado una vida esta noche, pero no pueden detener nuestra lucha por
todos los Troy Davis del mundo. Yo también soy Troy Davis
No hay comentarios:
Publicar un comentario