Escolares tamiles en Sri Lanka. Copyright: G. Amarasinghe/ACNUR.
Cuatro
millones de mujeres desaparecen cada año.
La cifra exacta son 3.882.000, la mayor parte en China y África subsahariana. Es el número
de mujeres que muere antes de cumplir los cinco años; que carece de
tratamientos preventivos y paliativos para enfermedades como el VIH/SIDA; que se desangra al dar en
luz en condiciones insalubres; que se desloma cumpliendo tres jornadas
laborales diarias; o que, simplemente, no llega a nacer porque su vida es menos
"útil" que la un varón (solo en China,
más de un 1 millón de no nacidas en 2008).
En el mundo en desarrollo, las probabilidades de
que una mujer viva una vida infinitamente más miserable y peligrosa que la de
un hombre son demasiado altas. Desde su concepción hasta su muerte, las niñas y
sus madres padecen una discriminación abrumadora. ¿Cómo se explica, por
ejemplo, que las mujeres supongan un 43% de la mano de obra agraria pero solo
sean propietarias de una porción marginal de las tierras y los recursos que
utilizan? ¿Por qué la subida de los precios de los alimentos ha incrementado el
abandono escolar de decenas de miles de niñas de primaria y secundaria? ¿Cuál
es la catadura moral de nuestras sociedades cuando contemplamos como un mal
aceptable las violaciones masivas de mujeres en situaciones de paz y de
conflicto?
Estos datos son parte del Informe de Desarrollo Mundial
2012,
publicado esta semana por el Banco Mundial.
Para ser justos, el informe señala avances importantes en la situación de la
mujer durante las últimas décadas. América Latina, por ejemplo, ha conseguido
reducir notablemente las desigualdades de género en la educación secundaria, un
fenómeno que se extiende con rapidez por otras regiones emergentes del planeta.
Más de 500 millones de mujeres se han incorporado al trabajo en las tres
últimas décadas, adquiriendo una independencia considerable y mayor influencia
en sus familias y comunidades. La emigración masiva -que en algunos sectores
supone un fenómeno fundamentalmente femenino- ha contribuido mucho en este
sentido.
Sin embargo, el diagnóstico del Banco Mundial resulta ya demasiado familiar.
Yo he encontrado mucho más sugerente su propuesta de un Programa Global para
una mayor igualdad de género, basado en cuatro esferas prioritarias de acción:
(1) Reducir el exceso de mortalidad femenina y superar las disparidades en la educación donde persistan; (2) Mejorar el acceso
a las oportunidades económicas para las mujeres; (3) Aumentar la voz
de las mujeres y su capacidad de acción y decisión en el hogar y en la
sociedad; y (4) Limitar la reproducción de las desigualdades de género entre
generaciones.
Cada una de estas áreas está detallada en medidas
que expresan el potencial de la inversión en la mujer, que va mucho más allá de
una mera obligación moral. De acuerdo con una de las investigaciones realizadas
para el informe, fomentar el acceso de las mujeres a la tierra o al crédito,
por ejemplo, permitiría incrementar un 15% la producción de maíz en países como Malaui o Ghana, azotados por la
desnutrición. Evitar con inversión e incentivos (como las llamadas
transferencias condicionadas) que buena parte de las niñas deje la escuela
durante la educación secundaria reduce la expansión de las enfermedades,
previene la mortalidad de los bebés que viven en sus casas y ayuda a controlar
la natalidad.
El informe del Banco Mundial está cuajado de datos y ejemplos como
estos, basados en nuevos estudios e investigaciones. La pregunta es si llegarán
a alguna parte. En realidad, una de las claves del problema se esconde tras la
quinta propuesta que hace el informe: prestar apoyo a una acción
pública basada en observaciones empíricas, mejores datos, mejor
generación e intercambio de conocimientos y mejor aprendizaje. Dicho de
otro modo: sacar este asunto del armario informativo en el que muchos han
decidido recluirlo, empezando por aquellos que se mofan de cualquier iniciativa
pública que promueva la igualdad. Como si se tratase de un capricho...
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