Alejandro Rozitchner es escritor, filósofo y novelista, trabaja como inspirational speaker y es asesor de la Secretaría General del Gobierno de la Ciudad.
Viva el matrimonio gay.
28/04/2010
Por Alejandro Rozitchner.
FUENTE: http://ar.news.yahoo.com
Lo más gracioso de todo -porque la verdad es que el tema, bien considerado, da muchos motivos para divertirse y no está mal que así sea- es para mí la forma en la que algunos enemigos del matrimonio gay reaccionan frente al asunto: ¡como si la ley los obligara a casarse con un gay!
Dicen, por ejemplo: ¡la especie humana no sobrevivirá!, cuando no se estipula para la homosexualidad ninguna obligatoriedad. La ley avala a los que deseen hacerlo, pero no obliga a los que no quieran a tener que formalizar una relación homoerótica.
En ese caso yo también estaría en contra. ¡No quiero una ley que me obligue a casarme con un amigo! ¡Déjenme seguir viviendo con mi mujer y con mis hijos! Quiero a Juan, a Luis, a Carlos, pero hasta ahí?
También me parece gracioso imaginarme a los que reaccionan de ese modo teniendo que vivir ese trance: hacerse homosexuales. Llegó la ley, a joderse. Ahora que se aprobó el matrimonio gay no queda otra, va a haber que hacerse de abajo y tener sexo con los semejantes? Peor aún: ¡enamorarse e irse a vivir con él! Reaccionan como si fuera eso lo que está en juego. Sin embargo, no es así. Lo que está en juego no tiene nada que ver con esta fantasma que causa gracia.
Conozco a Daniel y a Juan desde hace mucho. Viven juntos. Sí, es raro, no hay por qué negarlo, un matrimonio (o unión civil como se quiera, el término me parece inflado para mediar en la disputa, pero se trata de una unión de dos en amor, o sea?), un matrimonio, decíamos, que está conformado por dos tipos. Dos hombres. No es la pareja más común, la conocida. No son mamá y papá, ni Gabriela y Jorge. Son Daniel y Juan. Quieren vivir juntos.
La ley no debe tener como función decirles si pueden o no pueden hacer lo que quieren y darle a ese hacer el sentido que se les cante. La ley está para acompañar el proceso de cambio social, no para paralizarlo. Está para cuidar a las personas, no para hacerles vivir una vida distinta a la que desean. ¿Por qué habrían de hacerlo?
¿Por qué los que no entienden de amor homosexual tienen la posibilidad de decirle a quien lo siente cómo debe vivirlo, negándole la plena afirmación social de su aventura? Eso es lo antiguo en la modalidad humana: pretender reglar en asuntos en donde debe primar la mayor apertura, la mayor libertad, y la mayor diferencia. Es antiguo porque en otros momentos las personas estaban menos desarrolladas, más contenidas, las personalidades se expresaban menos.
S los heterosexuales quieren ser heterosexuales, que lo sean. Están (estamos) en nuestro derecho, podemos eludir los cuerpos similares. Pero no podemos decir cómo tienen que vivir otros que tienen otra forma de sentir y de ser.
Doy un paso más: debe permitirse la adopción por parte de las parejas homosexuales. ¿Que mamá y papá no eran gays? No quiere decir que no pueda haber una pareja homosexual que no merezca criar chicos, necesitados de amor. Porque no es que van a venir a arrancarnos a nuestros hijos para entregárselos a unos travestis alcoholizados, como parece ser la idea de quienes niegan la posibilidad de la adopción gay. Es que chicos que necesitan un hogar lo puedan encontrar en estos hogares que sí, no son los hogares convencionales, pero cuya falta de convencionalidad no dice nada acerca de sus capacidades de crianza.
Que los chicos se confuden si tienen dos papás, o dos mamás. Todos los chicos se confunden por algo, pero son lo bastante sagaces como para poder vivir y entender y acompañar en todo tipo de situaciones humanas. No todas las excepcionalidades deben ser temidas o combatidas.
Y no estamos en una situación a la que haya que pensar científicamente, por decirlo así, pretendiendo conocimientos que no pueden obtenerse (si no, habría que hacer una experiencia de evaluación de mil casos de adopción por parte de parejas homosexuales relevados durante 20 años y comparados con otros mil casos de parejas heterosexuales también adoptantes para poder cotejar resultados). No se trata de aplicar una visión científica ni ningún tipo de visión temerosa y restrictiva. Hay que aplicar la perspectiva del amor y de la confianza, y desde allí organizar bien el sistema. Y apurarse, porque hay muchos chicos que necesitan vivir en buenos hogares, y mucho amor e inteligencia disponible en personas que les sale tener sexo y querer a personas del mismo sexo que ellas.
Convoco públicamente a la sociedad argentina a ser menos miedosa, menos conservadora, menos tremendista y menos neurótica y a acompañar con entusiasmo estos nuevos mundos de intimidad que nos ofrece el mundo de hoy.
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