Los discursos sobre la inmigración.
El mensaje integrador genera reacciones más elaboradas, menos reivindicativas e infantiles.
Fuente: El Periódico de Catalunya
05/02/2011
Artículo de Said El Kadaoui Moussaoui
Psicólogo y escritor.
Alicia Sánchez Camacho ha dicho que los incidentes de Salt le dan la razón en políticas de inmigración. Yo creo todo el contrario. Creo que una de las cosas que ponen de manifiesto es que los políticos incendiarios fomentan incidentes como estos.
El discurso, y muy especialmente el discurso político, no es inocuo. Al contrario, modula la realidad. Voy a exponer los diferentes discursos que a mi juicio se hacen sobre la inmigración y señalaré algunas de sus consecuencias.
Discurso Asimilacionista.
Ha sido el discurso mayoritario hasta finales de los años 90. Ser catalán es algo muy concreto (nunca revelado por completo) y el extranjero lo que tiene que hacer es parecerse a él al máximo, pero asumiendo que nunca será considerado un «miembro de pleno derecho». Es un discurso que casa bien con el nacionalismo, y en su momento la Convergència i Unió de Jordi Pujol lo favoreció bastante. La de ahora está por ver. En esta última campaña electoral, Duran Lleida, secretario general de CiU, dijo en un mitin celebrado en Banyoles el 14 de noviembre que la mayoría de niños que nacen en Catalunya son de madre inmigrante, y que esta dinámica tenía que cambiar. E instó a los catalanes de origen a tener descendencia para asegurar que «nuestro país no tenga fecha de caducidad». Se trata, pues, de un discurso esencialista donde solo unos cuantos pueden garantizar la catalanidad del territorio. Estos hijos de madre inmigrante, como insinuaba Duran Lleida, no nos dan las suficientes garantías.
Este discurso es aceptado por la propia población inmigrante cuando no hay voluntad de arraigo. Cuando el proyecto es el regreso al país de origen. Y normalmente son los hijos de estas personas los que lo cuestionan.
Discurso utilitarista expulsivo.
Lo que pretende es convertir al sujeto en objeto. Desposeer a las personas inmigrantes de su complejidad y de su subjetividad (sentimientos, ambiciones, deseos) y convertirlas en seres máquinas que deben someterse a las supuestas necesidades del país. Trabajar como un burro cuando es necesario y largarse cuando ya no hagan falta. Se trata pues de un discurso simple y expulsivo.
Este es un discurso que hiere la dignidad de muchas personas, y los jóvenes pueden reaccionar desafiándolo, haciéndose notar y dejando muy patente que a ellos no se les puede echar. Fomenta reacciones poco elaboradas y, a menudo, autodestructivas y heterodestructivas.
Discurso integrador inclusivo.
El Pacte Nacional per la Immigració (PNI), firmado en la anterior legislatura por todos los partidos del arco político de entonces, excepto el PP y Ciutadans, y varios actores sociales va en esta dirección. Construir un marco estable desde donde analizar, comprender y legislar todo lo referente a la inmigración. Un paso valiente, pero a mi parecer aún insuficiente. Se intuye, pero no se explicita con la claridad suficiente, que la integración es cosa de todos. Dicho en palabras de Farhad Dalal, del Instituto de Análisis de Grupo: la verdadera integración significa que todas las partes, todas las identidades, cambian a través de un proceso de integración. Ninguno de nosotros quiere ser como era antes. Y no hay punto final en este proceso.
Este es el discurso de la aceptación. De la asunción de la realidad. Y contribuye a generar reacciones más elaboradas, menos reivindicativas e infantiles y favorece la asunción de las reglas de juego que, ahora sí, son iguales para todo el mundo.
Este es, en mi opinión, el gran pacto por hacer y el discurso que debe inspirar nuestras políticas. Y aquí no cabrían propuestas populistas como las que ha hecho últimamente alguna gente del PSC al negar los permisos de arraigo y reagrupación familiar a los «inmigrantes incívicos», y por supuesto no caben ni el tono ni las propuestas demagógicas y xenófobas del PP y de PxC. Sin embargo, sí tienen cabida las ideas encaminadas a disminuir en algunos barrios los efectos colaterales que genera la llegada de mucha gente de fuera (la idea de actuar sobre el contexto que inspira la ley de barrios es, en mi opinión, la acertada). No hay lugar tampoco para el discurso insistente de que los problemas de la escuela de hoy se deben a la inmigración. Me parece que antes del boom migratorio tampoco éramos unos genios. El problema está en la propia escuela, que no ha sabido o no ha podido adaptarse a la nueva realidad. Invirtamos, pues, todos los esfuerzos en cuidar y formar al profesorado, trabajar con los padres y asegurar unas cuotas de alumnos nuevos asumibles por las escuelas, sin de ninguna forma bajar el nivel. Cambiemos la mirada que tenemos respecto a estos niños y quizá nos llevaremos una sorpresa.
Lo resumiré con las palabras de Oriol Amorós, para que sirvan de pequeño reconocimiento a este político que ha sido, en mi opinión, un buen secretario para la Inmigración, y que infundan ánimos a Xavier Bosch, nuevo director general de Inmigración: contra el miedo, confianza; contra la identidad cerrada, la identidad abierta.
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